miércoles, diciembre 13, 2006

Ser feliz

Todos los martes y jueves, atravieso la ciudad para ir a clases de francés. Es siempre el mismo camino: tres líneas de metro diferentes, tres espacios de espera, tres llegadas y partidas. Ayer me di cuenta de que he creado una rutina de pasos, y una costumbre, un instante que se repite cada semana y que se convierte en mi redención diaria.
En la estación Marqués de Pombal, hay que recorrer un amplio camino para cambiar desde la línea amarilla a la línea azul, desde el girasol a la gaviota, aunque ya nadie las llame así. Hicieron una pasarela automática, de esas que parecen una alfombra rodante, pero yo prefiero caminar.
Y llega entonces la epifanía, el instante que lo cambia todo, cuando cierro los ojos y recorro el pasillo vacío. El silencio apenas interrumpido por los trenes que llegan, por una voz pérdida de adiós, por el sonido mecánico de las escaleras que suben y bajan. Y yo camino, de ojos cerrados, de sonrisa puesta, y mis pies parecen alas. El mundo desaparece, se aleja y, durante los segundos que dura mi camino ciego, los problemas se quedan atrás, junto con todas las palabras.
Quizás quien me vea me llamará loca, yo le diría que, en ese momento, lo que soy es feliz...

domingo, noviembre 19, 2006

Mujeres de Hashiguchi goyô





Hace unos días fui a la sala de exposiciones temporales de la Fundación Gulbenkian para ver una exposición de grabados japoneses. Me maravillaron especialmente las obras de Hashiguchi goyô, de las cuales podéis ver una pequeña muestra. Cuando uno se acerca a estas pequeñas obras de arte puede ver la delicadeza de sus trazos, la suavidad de sus gestos, el leve brillo de la mica sobre el fondo, la línea casi imperceptible de los nudos de la madera.


sábado, octubre 28, 2006

psssssssss

Silencio. Los días agitados, la lluvia golpeando en el cristal, el viento loco, las voces, los gritos, los pasos crujiendo sobre la madera del pasillo: todo, todo se ha esfumado. Silencio. Todo está callado a mi alrededor, y mi cabeza se resiente por la falta de costumbre, quizás.
Desde estas tierras el mar está más cerca, siento su olor de invierno, si me esforzara conseguiría escuchar el rumor de las olas golpeando la orilla: el final, el comienzo del mar. Silencio. El viento no se oye, o tal vez es porque se ha creado un lazo invisible (e inexplicable) entre él y yo, que le retira la categoría de extraño transformándolo en amigo. Las calles están vacías, sólo el viento, que no se oye.
A veces me asusta el eco de mi propia voz, a veces me parece que las paredes están demasiado lejos, que el mundo es demasiado grande incluso para el eco, el eco, el eco. Silencio. Tanto que te necesitaba y tan rápido te instalas.
Filosofía se acerca a mí, con el hocico inquieto y los ojos brillantes, con las orejas infantiles a pesar de las canas que no se ven. No habla, no dice nada, me mira, y eso ya es suficiente para no enloquecer. Silencio. Qué haría sin ti?

domingo, octubre 22, 2006

Me mira a través del cristal y yo le miro a él, cuando no me ve. Los vagones serpentean por la profundidad del metro y nuestros segundos de inesperado encuentro se deslizan lentos sobre los raíles. A veces levanta la vista, tímido, y yo la bajo consciente de mi efecto, él sonríe. Me llega su reflejo de hombre desconocido, de voz callada que quizás nunca llegaré a oír.

Pienso en sus manos bonitas y en los caracoles que se escapan rebeldes bajo su gorra castaña, a veces se acaricia la barba con la delicadeza de quien sabe que en las manos se encuentran todas las sensaciones.

Me pregunto si me ve, si realmente me ve, si el cristal que nos separa en realidad podría llegar a unirnos, me pregunto si podría acercar mi mano al vidrio y tocar su silueta, la sombra de su cuerpo, el rastro de sus gestos.

A veces los desconocidos tiene el poder de cambiarlo todo; a veces la soledad se disuelve en los gestos ajenos; a veces yo sonrío, otras no.

Pero todos los viajes acaban e incluso en unos segundos creemos haber vivido una vida entera, por lo menos este recuerdo llena ahora las calles, las esquinas, los días nublados, el río agitado y el viento contra el cristal. Por lo menos me queda el consuelo diario de lo inesperado, de lo desconocido, de la sorpresa como la mejor de las armas contra la rutina de los gestos premeditados, de la vida ensayada.

viernes, octubre 20, 2006

Hambre

Hace días que llueve sobre Lisboa, sobre todo por la mañana y en la noche, cuando voy a dormir o me despierto siempre me arrulla el sonido de las gruesas gotas golpeando el cristal. A veces se despierta el viento y tiembla hasta mi ordenador, a veces tiemblo yo, como ahora, ahora que acabo de leer una crónica magnífica de Juan José Millás en el país y que aquí reproduzco:


A veces imagino un pulmón que fuera la suma de todos los pulmones, un corazón que fuera la suma de todos los corazones, un hígado que fuera la suma de todos los hígados, un hombre que fuera la suma de todos los hombres y una mujer que fuera la suma de todas las mujeres. Sólo habría en el mundo un hombre y una mujer, pero tendrían un tamaño enorme. Y habría un solo perro, pero un perro gigantesco también, pues provendría de la adición de todos los perros. Y un solo gato, desde luego, y un solo gorrión, pero estamos hablando de un gorrión con un tamaño colosal, imagínenselo. En buena lógica, habría también una sola bacteria, un único virus, una sola rosa, sólo un clavel, una espina nada más, una lágrima...

Ahora mismo, al tiempo que usted respira, están respirando miles de millones de seres humanos en todo el mundo. Muchos toman y arrojan el aire en el mismo momento en el que lo toma y lo arroja usted. Los pulmones de unos y de otros son básicamente idénticos, quizá, en alguna medida difícil de entender, aunque fácil de intuir, sean el mismo. La idea de que todos respiramos con el mismo pulmón es a la vez estimulante e inquietante, como la de que hubiera un solo estómago para el conjunto de la humanidad. ¿Cómo nos las arreglaríamos en este caso? No es tan difícil de imaginar. Las abejas, sin ir más lejos, disponen de un estómago social, además del propio, en el que guardan la miel comunitaria. Supongamos que tuviéramos que compartir el intestino grueso, el bazo, el páncreas, los riñones, el útero, los ojos, la lengua...

Supongamos que tuviéramos que compartir la Tierra, que tuviéramos que compartir la atmósfera. Imaginemos que hubiera una sola biosfera para todos. De hecho, hay una sola Tierra, una sola atmósfera, una sola biosfera, lo que es tan espectacular como disponer de un solo estómago, de un solo corazón, de una sola lengua, de un ojo único, un abdomen indiferenciado. Parece terrorífico, sí, pero resulta fantástico también que todos los cuerpos sean el mismo cuerpo, que todos los seres humanos seamos el mismo ser humano. Ahora tendríamos que deducir que el hambre de aquéllos es la nuestra, pero la imaginación no nos da para tanto.

martes, octubre 17, 2006

"Rivolição"

Continua la lucha y la ocupación del teatro Rivoli. La toma pacífica del teatro municipal en Oporto ha hecho salir a los portuenses a la calle, para manifestarse, para defender sus derechos, pero el Ayuntamiento parece dispuesto a no ceder y nos sorprende con nuevas medidas: un corte en la electricidad del teatro, dejando a sus ocupantes aislados del exterior y una denuncia criminal contra varias personas.
Pero ellos aguantan y la gente que está fuera se organiza para apoyarles; las paredes del teatro sienten el cariño y el esfuerzo, estoy segura.

Aquí podéis encontrar más información:
Manifestantes en el Rivoli
Fotografías de la ocupación
Blog de apoyo

lunes, octubre 16, 2006

Secretos de la ciudad

No puedo menos que aplaudir ante el encerramiento de actores y espectadores en el teatro Rivoli de Oporto, como protesta ante su privatización, que decidieron prolongar una obra hasta la realidad de las calles y de los problemas a los que tiene que enfrentarse la cultura libre.

A las treinta personas que permanecen encerradas desde hace doce horas se han unido otras centenas que corean Rivoli, Rivoli, Rivoli...frente a la verja cerrada del teatro, que más que separar une a los portuenses en una lucha común.

Es agradable despertar con la sensación de que no nos pueden acallar completamente, que siempre encontraremos una fuerza para luchar, para gritar, para defendernos... Desde aquí envío mi apoyo a Oporto y a esas personas que creen que la cultura está por encima del dinero y de los negocios, a esas personas de la calle que también lanzan sus gritos para defender lo que les corresponde por derecho.

Rivoli, Rivoli, Rivoli!

miércoles, octubre 11, 2006

Las ninfas del río

A Rubem Focs


Ninfas danzantes. Pintura de Fernando Ureña


Cuando Camões escribió "Os Lusíadas" pidió inspiración a las Tágides, las hijas del río Tajo, para que le otorgaran fuerza, inspiración, capacidad, grandiosidad y facilidad en las palabras, ya que se preparaba para enfrentar la mayor empresa literaria en la historia de la literatura portuguesa.

Y las sirenas del río debieron escucharle y debieron enamorarse de su semblante firme, de su mano delicada, del sonido de sus palabras...porque del beso entre la enérgica empresa y toda la magia contenida en el río, salió una de las epopeyas de la literatura universal.

Ya nadie cree en ellas, supongo, o quizás sí...quizás alguien las busque aún asomado en los miradores de la ciudad, como si éstos fuesen las proas de los barcos de Vasco da Gama. Talvez las ninfas se escondan entre los cargueros y los grandes cruceros que atracan en el puerto, talvez nos observen desde el perdido Cais das Colunas...

domingo, octubre 08, 2006

El otro lado


Si me siento en el embarcadero de Cais do Sodré y entreabro los ojos veo la otra orilla del río, pequeña, que se dibuja tímida entre la neblina. Allá, al otro lado, la vida late sin que yo la sienta. Las ciudades se suceden, una tras otra, como si formaran parte de un collar de perlas, aunque desde esta orilla no las imaginemos tan valiosas.
Pero en realidad lo son, y esconden tesoros que desde esta orilla de ojos entreabiertos no podemos ver. El río es mucho más que Lisboa, es el nexo que debería unir en lugar de separar, por eso me fascinan los catamaranes, aquí llamados Cacilheiros, ya que originalmente atracaban en el puerto de Cacilhas, una de las perlas...
Pero no es allí donde esta vez me lleva mi barco, sino a Seixal, una pequeña ciudad junto a uno de los brazos del Tajo, pequeñas bahías que se forman en su magnífico estuario. A primera vista Seixal puede parecer sin interés pero quizás es porque venimos llenos del ruido de Lisboa, del metro, de las prisas, de todas las palabras juntas y enmarañadas, por eso quizás el silencio de Seixal se nos hace ajeno.
Pero después nos acostumbramos a sus calles semivacías, a las casa bajas, a las flores en la calle y la ropa blanca en las ventanas, sólo después sonreímos ante las amabilidad del dueño del restaurante o del empleado del café. Estamos en la otra orilla, y todo parece tan distinto...

Es Lisboa, desde aquí, la que ahora parece lejana. Apenas se dibuja como una línea en el horizonte. Me gusta caminar por las calles de Seixal e imaginar como sería mi vida aquí: compraría el pan en aquella panadería; pasearía por aquel parque, por la mañana o al inicio de la tarde, y me sentaría en sus bancos a leer; y saludaría cada día a aquel perrito lindo que me miraba divertido mientras le hacia la fotografía. Dormiría en aquella buhardilla azul y me despertaría con las sirenas de los barcos o con el canto de los pájaros en los árboles de las traseras, sería seixalense y la otra orilla parecería extraña y lejana, quizás sin valor ni brillo...

Si buscamos bien incluso dentro de las perlas podemos encontrar aún más tesoros. Porque la Quinta da Fidalga es precisamente eso: un tesoro oculto. Perteneció al hermano de Vasco da Gama, aunque la actual vivienda central fue reformada en el siglo pasado. Apenas se pueden visitar sus jardines, pero quizás sea precisamente éste su mayor atractivo. Los naranjos cargados esparcen su aroma en el calor monótono del principio de la tarde, las estrelicias sobresalen entre el verdor de los árboles y plantas y la carretera, aunque cercana, no se siente. Caminamos, caminamos y volvemos a caminar, e imaginamos ser quien no somos, en otra época, en otro espacio, en la otra orilla...


No sé cual de los habitantes de la Quinta da Fidalga recogío la primera piedra, la primera concha ni porque decidió cubrir, bordar, sus paredes, pero estoy segura que no pudo sentir menos emoción que la que sentimos al ver esta pequeña gran obra de arte, años después. A veces sobran las palabras, sobre todo cuando las imágenes tienen su propia voz. Por eso, en el camino de regreso, voy callada, acumulando recuerdos y tesoros, pensando que siempre vale la pena cruzar los límites. Desde el cacilheiro Lisboa vuelve a nosotros, nos saludan las torres de su catedral, la ondulación aún visible de las colinas y todas las palabras que se empeñan en ocupar el silencio.
Sobre el mirador de Santa Catarina alguien me hace señales con un espejo, apenas distingo sus siluetas pero a pesar de la distancia no hay engaño posible, son Rubém Focs y Lucas Baldus. Acaban de llegar y ellos, también, buscan un tesoro, buscan la máquina de hacer saudades...
Tengo que subir corriendo la colina para contarles que quizás esa máquina se encuentre en medio del río, en el punto exacto donde echamos de menos a todas las orillas, donde la nostalgia llega como la neblina y nos deja solos.

miércoles, octubre 04, 2006

Sobre la calzada

martes, octubre 03, 2006

Perdida en Alfama

Cuando camino por Alfama siento que vuelvo a un tiempo que no me pertenece, que nunca viví, pero que de algún modo, forma parte de mi historia. Las vecinas sentadas a la puerta de sus casas, charlando antes de la cena, me hacen imaginar la adolescencia de mi madre, allá, en aquel pueblo en el que aún se pueden ver las estrellas. Los niños...los niños que juegan con cualquier cosa, que hablan conmigo, sin temerle a los desconocidos, y a los que sonrío como si perteneciera a la gran familia que es su barrio.

Me relaja caminar por sus callejuelas y no oír nada, sólo las voces y los trinos, los gritos y la música, el silencio...; me llena de calma, aunque después la vuelta a la ciudad se haga más dura. A veces imagino que vivo aquí, que abro la ventana de mi casa y saludo a la vecina entre los geranios y la menta, que mis sábanas extendidas casi rozan el suelo de la calle, y que me despierto con el olor del pan recién horneado o con los gritos de las pescaderas.

Alfama es como una perla, escondida y libre, aún...

jueves, septiembre 28, 2006

De alas y pasos

A las cuatro y dos minutos de la tarde se ha posado una mariposa sobre las buganvillas del mirador de São Pedro de Alcântara; y se ha quedado de alas paralizadas al ver las nubes enredadas entre las murallas del castillo. En estos días de comienzo de otoño, el ruido del tráfico de los Restauradores no llega hasta las buganvillas, supongo que por eso la ciudad se extiende como una princesa dormida junto al río.

Desde aquí arriba uno puede jugar a seguir el contorno de las colinas, a descubrir caras en las ventanas o a contar las camisas blancas tendidas en los balcones. Desde aquí arriba es más fácil soñar, casi siento que puedo abrir mis alas inexistentes pero, de alguna forma, ciertas, y levantar el vuelo junto a la pequeña mariposa.

Rozaría entonces los tejados y buhardillas, revolotearía entre las floristas del Rossio o los locos tranvías y quizás al anochecer, cuando los sueños parecen tener más fuerza, me llenaría de coraje para hundir mis patitas en el agua del río.

Pero como bien decía Jose Cardoso Pires, desde aquí arriba la ciudad no se siente... por eso, a veces es imprescindible olvidar los miradores y tocar el contorno de las colinas con nuestros propios pasos.

miércoles, septiembre 27, 2006

Toc toc

lunes, septiembre 25, 2006

Ese rincón mío...



Detrás de una puerta verde en la Rua do Salitre el restaurante Himalaia se esconde entre el vuelo loco de los gorriones, los murmullos del cercano jardín botánico y el sol de la tarde, que se cuela entre el entramado como si lo reflejaran cientos de cristales.

Es una escuela de yoga y al mismo tiempo restaurante vegetariano, y uno siente un algo, parecido a una calma espontanea en el momento exacto de pisar la entrada, allí donde un mantra luminoso gira sin descanso.

Los colores ocres en la pared, las mesas pequeñas, el verde y el dorado tenue, los grandes ventanales que muestran el jardín, el ruido de la vida ahogado por las paredes protectoras; y sobre todo, la sonrisa perfecta de su dueña, los ojos limpios del camarero y el plato preparado con esmero.

Los gorriones se alborotan con nuestras voces y se acercan, tímidos, inclinando su cabecita para mirarnos de soslayo desde la rama de un árbol o el borde de la chimenea. Cuando una mesa se vacía saltitan sobre el mantel, esquivando vasos y platos, en busca de una semilla, de un resto, de una huella de miguitas olvidada.

Así, parece que uno sale lavado a la calle: de las prisas y el desasosiego, de las amenazas de lluvia, del frío leve de principios de otoño, del pasado y de todo lo que fuimos y no quisimos ser. Hay lugares mágicos y hay otros que nos llenan de magia.

domingo, septiembre 24, 2006

Llueve. Las sirenas de los barcos llegan desde la lejanía del río, y yo pienso que vivir es lo mejor que me ha pasado en la vida...

martes, septiembre 19, 2006

Lundi-lunes-luna...

A veces mis lunes son diferentes, a veces piso la calle un lunes por la mañana y, en esos días, me parece como si hubiese caído en un mundo extraño y hostil: las caras serias, aún medio dormidas; los codazos y la disculpa seria en los labios entreabiertos; los pasos rápidos; las escaleras mecánicas del metro y las camisas recién planchadas. A veces bajo de mi mundo a la vida diaria y el ruido me aturde, entonces cierro los ojos y recuerdo los pájaros en mi ventana a las diez de la mañana, el segundo café, las vecinas que charlan en la ventana...

Pero ayer la necesidad de realizar algunos trámites me alejaron de mi refugio y comí en el centro comercial que hay en la plaza Saldanha, bueno en uno de todos los que hay...A la una de la tarde la zona del comedor bullía como si se tratara de un campo de refugiados colapsado, y realmente así parecía, a pesar de las corbatas, de los zapatos verdes y azules de piel, de todas las marcas, de las carteras llenas, de los platos solitarios repletos, aún, de comida. De pronto, presentí toda la gente sola por la que me vi rodeada. Personas que comen calladas, sin levantar los ojos del plato para no encontrarse con la mirada incómoda del vecino de mesa al que no conocen, al que nunca vieron ni volverán a ver, probablemente.

Hay días en los que apenas salgo de casa y otros en los que casi no entro, ayer fue uno de estos últimos. Me hace bien a veces tomarle el pulso a la ciudad, para después venir aquí y contarla, aunque al final yo también sea uno más de sus miles de habitantes que comen solos, rodeados de extraños, en las grandes mesas de los lunes.

jueves, septiembre 14, 2006

Los días rápidos...y los lentos

A veces me gustaría quedarme escondida en el hueco de una palabra, en el último sonido que deja; otras desearía que uno de mis segundos felices se transformara en una vida entera. Los días han pasado casi sin que me diera cuenta, Lisboa se ha vestido con el sol brillante de julio, con la marea de agosto y los atardeceres de este septiembre que ahora se desliza lento y melancólico. Lisboa ha pasado y yo casi no me he dado cuenta...

La vida es un cruce de caminos, y a pesar de eso tenemos que seguir recorriendo el nuestro, ese sendero nuestro solitario, que atraviesa esta u otras ciudades que nos esperan, que nos sueñan en sus calles, en sus cafés de esquina, en los días a los que quizás no llegaremos. Todo lo que somos, todo aquello que sentimos, nació del camino que fuimos dejando hacia atrás.

Siempre imaginé todas las ciudades. Cerraba los ojos y las visitaba sin moverme de mi silla, sentía sus brazos abiertos de madre que sabe comprender el momento en el que la abandonamos. He estado lejos de Lisboa, y me he puesto a caminar sin ella, pensando apenas en mí, viviendo en un mundo irreal que sólo ha existido durante estas últimas semanas de silencios. Un mundo capaz de llenar la vida toda.

Y aún así Lisboa ha seguido estando aquí: sus miradores bajo el sol de la tarde, las paredes blancas de Alfama, el río plateado por la mañana...todo ha seguido estando aquí sin mí. Aunque yo no viera sus calles, sus calles seguían mis pasos, siempre en secreto, como si quisieran abrazarme en un descuido o a la vuelta de un callejón.

Es extraña esta vuelta, como extraños son mis días, pero dicen que es necesario partir para poder volver...

domingo, julio 09, 2006

Domingo de besos y sol...

miércoles, junio 28, 2006

Se va la vida...

El lunes estuve dentro de un teatro del Parque Mayer; y a pesar de que sólo han pasado dos días, este recuerdo ya pertenece a un pasado muy lejano. Será un recuerdo para el futuro, un recuerdo cabezota, un pequeño homenaje a un lugar que muy pronto desaparecerá...

Durante décadas el Parque Mayer fue considerado como la "Broadway portuguesa": un espacio amplio dentro de la ciudad lleno de teatros, donde noche tras noche se representaban revistas y musicales. La vida cultural y nocturna pasaba por aquí; las grandes vedetas lucían sus voces y pasos de baile y los aplausos rebotaban contra las paredes, ensordeciendo los agradecimientos.

Hoy ya no queda nada; ni los ecos ni las luces, ni el brillo de una lentejuela. El lugar parece un descampado y apenas uno de los teatros continúa en funcionamiento, junto a un par de restaurantes. El resto de los edificios aún se mantiene en pie, con sus cristales rotos y el aspecto descuidado, con el eco de sus glorias pasadas.

Pero este lunes ocurrió un milagro; uno de esos momentos en los que el pasado vuelve con fuerza y nada lo detiene. Nosotros no eramos los mismos de antes, pero aún así uno de los teatros del Parque Mayer despertó; y además para acoger a un grupo que no podría haber encontrado un lugar mejor para maravillarnos.

Bajofondo tango club es una sorpresa para los sentidos: una mezcla de tango con cualquier otra música que, como dijo Gustavo Santaolalla, escuchan en sus casas, en la radio, en la calle...todas las influencias sobre el tango, el tango latiendo sobre todas ellas. El teatro parecía un lugar secreto, oscuro e íntimo, temblando ante los gemidos del bandoneón o del melancólico lamento del violín corneta.

Los momentos únicos existen. A veces pasan desapercibidos frente a nosotros con asombrosa facilidad, otras no. Se quedan. En el fondo de los ojos, en la punta de los pelos del brazo cuando se nos erizan ante un sonido más especial que el otro, en la memoria de una noche que siempre permanecerá viva.

Quieren derribar todos los teatros y construir apartamentos de lujo, y a casi nadie parece importarle. Quizás no podamos salvarlos de su destino final, pero por una noche, sólo por una, las luces del escenario se volvieron a encender.

sábado, junio 24, 2006

Una primavera más

Se me han escapado los jacarandás. Desde que estoy aquí quiero fotografiarlos al inicio de cada primavera; deseo recoger sus ramas floridas de lila-azulado entre los negativos de mi cámara. Primavera tras primavera me burlan, riéndose de mi idea estúpida de que siempre se mantendrán así. Quizás es que me he vuelto vanidosa y pienso que me esperarán antes de perder sus flores, o tal vez es porque pienso que me sobra el tiempo y que mañana, mañana, mañana sí, de verdad que sí, mañana voy...

El caso es que se me han vuelto a escapar y Lisboa ya no es un gran jacarandá florido, ni sus calles una alfombra de pétalos y colores. El caso es ese... y también la convicción de que no me queda otro remedio que quedarme, un año más, aunque sólo sea para eso: para que en la próxima primavera pueda pensar de nuevo que un día he de salir, cámara en ristre, para fotografiar estos hermosos árboles que para mí siempre serán primavera.

jueves, junio 22, 2006

Instantes

A veces me quiero poner en la piel de los fotografos, pero no de aquellos que fotografían los miradores, las antenas sobre los tejados de Alfama, los rincones bellos, la mujer que sonríe, el niño que juega... No, pienso en los fotografos de la tristeza, en los que retratan la mano extendida del pobre y la vergüenza que provoca la miseria. Pienso en el dolor al apretar el botón, en el instante preciso del robo: cuando la tristeza cambia de manos.

A veces voy por la calle y esos instantes me asaltan en cada esquina: la fila frente a la cárcel, la niña solitaria cargada de bolsas que espera a su preso, los ciegos chocando contra los corremanos del vagón en el metro, los pobres frente a la puerta de la Iglesia de São Domingos, la más popular de Lisboa. Puedo fotografiar la fiesta de la diversidad o de la primavera, puedo robar gestos, los pliegues de una falda o la risa de un niño, pero lo que no puedo es robar el dolor.

Por eso, hay días que sólo vengo con palabras y con la tristeza ajena, que de tan cercana se vuelve propia, enganchada en la retina. Como hoy... que me quería parar y no he podido, para acercarme a la mujer que lloraba desfallecida en el pavimento, abrazada a consuelos extraños. Y la miraban desde los coches y desde todas las esquinas, y los flashes de sus ojos curiosos sondaban su dolor. Yo no sé porque lloraba, tampoco sé por qué no pare, cuando lo que quería era abrazarla.

martes, junio 20, 2006

Manos de viento

Ayer el viento quería leer conmigo. Se me arremolinaba tras la oreja, me besaba las manos y el borde de cada página, sonreía ante el caracol que se me forma en el cabello, justo en la sien. Entre sus vuelos locos y mis parpadeos de río, ni él ni yo conseguíamos pasar de la página cincuenta y dos; y la historia se quedaba volada, como una gaviota perdida, como un punto y aparte o una coma distraída.

Andábamos los dos a vueltas en el Parque das Nações, con el olor a río-mar enganchado a las letras y al crepitar de los labios, bajo la sombra de un pino y con la punta de los pies al sol, como si el tiempo no tuviera horas y nosotros fuéramos sus dueños. Estaba el río azul, y azul el cielo, y la vida, y el trino de los pájaros, y los pasos de los niños...

Y nosotros queriendo leer la vida en las páginas de un libro, y la vida toda emergiendo en un instante.

domingo, junio 18, 2006

Volviendo del tiempo

A veces el tiempo pasa lento; otras se nos escurre entre los dedos. A veces en unos días las historias se complican y se transforman en vidas completas. A veces vivimos pesadillas y otras veces sueños. Pero hay siempre una forma de volver, por muy lejos que estemos. No me gusta regresar sola de la batalla, no quiero llegar vacía, porque las tristezas también son tiempo, vida y camino.

Vengo con los zapatos nuevos, dispuesta a bailar, he vuelto con una fiesta, la fiesta de la diversidad...shhhhhhhhhhhh... escuchad...reíd...mirad...






domingo, mayo 21, 2006

un tiempo

Queridos amigos:

Tengo que dejaros durante un tiempo. Prometo volver, lo que no podría prometer sería continuar aquí cada día y por eso no quiero manteneros en la expectativa de si hoy escribiré algo o no. Mis días se han vuelto tristes y no tengo muchas fuerzas para este "casulos de Lisboa". No os preocupéis, no es nada que el tiempo no cure, los momentos así forman parte de la vida y como cualquier instante deben ser vividos y de ellos debemos aprender para continuar adelante.

Lisboa está hermosa, amigos, llena de luz y de aromas y está aquí conmigo para llenar mis días. También vosotros estaréis en mi pensamiento y os visitaré a diario, podéis tener la certeza.

No me despido, porque volveré pronto...
Un gran abrazo para todos
Ana

martes, mayo 16, 2006

El recién llegado

La vela de rosas se consume. Todos duermen. Para mí aún es demasiado pronto; ahora que llegan las noches cálidas me cuesta rendirme al sueño, me cuesta perder los segundos y el olor de la noche. Allá afuera el silencio está plagado de grillos y la última habitación de la casa ahora respira. Tenemos un nuevo compañero, llegó el sábado pero ya nos parece como si hubiera estado siempre aquí. Llegó con la sonrisa tímida y los ojos brillantes. Cargado de películas y canciones, una maleta en la que no cabe el pasado y un futuro por delante.

A veces sólo necesitamos un segundo para que las amistades críen raíces, para que los brotes de la complicidad despunten hacia nuevos caminos. Siento que esta familia extraña que formamos, aquí en el corazón de Lisboa, a partir de ahora estará mucho más completa.

miércoles, mayo 10, 2006

Las tardes azules

Tengo especial predilección por estas tardes de primavera, en las que el sol aún se oculta tímido y el aire viaja lleno de flores y aromas. Llevo siempre conmigo la última de las luces antes de la noche cerrada, la más azul de todas, que envuelve río, ciudad y personas.

Acabo de encender una vela, el viejo gramófono suena a música francesa y los aviones sobrevuelan los tejados como luciérnagas perdidas. La quietud es mi prisionera. Me gustan estas tardes de silencio, cuando la soledad es la mejor de todas las compañías. Escoger y abrir un libro, recorrer sus páginas mientras se encienden las estrellas.

Dejar la ventana abierta, dejarla siempre abierta, para que Lisboa se me cuele en mitad de la noche...

lunes, mayo 08, 2006

El olor de mis primeros años

Lisboa me ha devuelto uno de los olores de mi infancia. Lo sentí por primera vez a los tres meses de llegar, apareció de repente, a la vuelta de una esquina, como un soplo inesperado. Todos los años de adolescencia y madurez se deshicieron en el recuerdo de mis pequeños pasos hasta la panadería del pueblo de mi madre.

Siempre me enviaban a comprar el pan; y a mí me daba miedo. Me asustaba entrar en la panadería, que era un gran almacén, recorrer el camino en la oscuridad hasta el mostrador y encontrarme con el hombre de la barba roja. Él sonreía, pero yo continuaba asustada. Casi en un susurro, le tartamudeaba el pedido de mi abuela y él me lo entregaba aún caliente, colocándolo en mis manos temblorosas. Después sonreía. Yo le miraba durante unos segundos y aspiraba el olor del pan recién hecho; pero cuando el hombre de la barba roja me preguntaba mi nombre, yo salía corriendo, atravesando la oscuridad hasta llegar a la plaza, al día, a la luz...

Nunca volví a sentir aquel olor especial, en las ciudades no existen panaderías como aquella... nunca hasta que llegué aquí y me sorprendió a la vuelta de una esquina. A pesar de eso, los recuerdos nunca vuelven completos y el hombre de la barba roja no está para que le pueda decir: "Ana, me llamo Ana..."

sábado, mayo 06, 2006

(Sin título)

No tengo ninguna fotografía de la penitenciaria de la Rua Marquês Fronteira. No he podido hacerla, me faltaron las fuerzas. Por eso no podréis ver los ojos tristes de la niña que esperaba apoyada contra el muro, con la mirada perdida entre los jacarandás del parque, y con las manitas enlazadas junto a las bolsas que cargaba. No sentiréis el vacío, ni la soledad de las visitas semanales a un padre, una madre o unos hermanos perdidos.

La cárcel, antigua y aún superviviente en el centro de la ciudad, parece un castillo, casi sacado de un cuento de hadas, con sus torreones bordados de piedra y sus muros altos, y todos los misterios que encierran. Esto casi podría ser un cuento, si no fuera porque ellos están dentro y la niña de los ojos tristes fuera. Esperando los días de visita cargada de bolsas y melancolías, esperando el abrazo ahorrado y acumulado de todas las semanas.

A tan sólo cinco minutos, sobre el mirador del parque Eduardo VII, los turistas fotografían la ciudad blanca, llena de luz y de vida; y se admiran ante el río que serpentea entre las colinas, ajenos ambos, ciudad y río, a aquello que mantienen en sus entrañas.

miércoles, mayo 03, 2006

En esas tardecitas...

Su mano abrazando mi espalda. La luz tenue filtrándose entre las rojas cortinas, siempre al compás: un, un, dos, tres, un... Se van volviendo de tangos las tardes de mis domingos lisboetas; y mientras la ciudad aún corre sin descanso por la Av. 24 de Julho, se me cierran los ojos en una canción y descanso de los días en abrazos desconocidos.

jueves, abril 20, 2006

Philosophie


Estos días me he mantenido un poco ausente porque he estado cuidando a esta preciosidad llamada Philosophie

miércoles, abril 12, 2006

En la distancia

Estar lejos de Lisboa a veces es una alegría o una fascinación. No escuchar el ruido del claxon o las sirenas de los barcos, no sentir el motor de los aviones sobre mis tardes calmas, no estar allí y al mismo tiempo desear estar.

No ver la ciudad e imaginarla. Imaginar el río plateado en la mañana, que acaricia y besa las orillas, que serpentea seductor frente a los muros y las casas, frente a todos los puertos. Sentir el recuerdo del cielo entre las colinas, de los gritos de las gaviotas cuando están en tierra, y buscar el olor de las salinidades que atraviesan el río en los días de lluvia.

Qué alegría estar lejos de Lisboa y echarla tanto de menos.