Lundi-lunes-luna...
A veces mis lunes son diferentes, a veces piso la calle un lunes por la mañana y, en esos días, me parece como si hubiese caído en un mundo extraño y hostil: las caras serias, aún medio dormidas; los codazos y la disculpa seria en los labios entreabiertos; los pasos rápidos; las escaleras mecánicas del metro y las camisas recién planchadas. A veces bajo de mi mundo a la vida diaria y el ruido me aturde, entonces cierro los ojos y recuerdo los pájaros en mi ventana a las diez de la mañana, el segundo café, las vecinas que charlan en la ventana...
Pero ayer la necesidad de realizar algunos trámites me alejaron de mi refugio y comí en el centro comercial que hay en la plaza Saldanha, bueno en uno de todos los que hay...A la una de la tarde la zona del comedor bullía como si se tratara de un campo de refugiados colapsado, y realmente así parecía, a pesar de las corbatas, de los zapatos verdes y azules de piel, de todas las marcas, de las carteras llenas, de los platos solitarios repletos, aún, de comida. De pronto, presentí toda la gente sola por la que me vi rodeada. Personas que comen calladas, sin levantar los ojos del plato para no encontrarse con la mirada incómoda del vecino de mesa al que no conocen, al que nunca vieron ni volverán a ver, probablemente.
Hay días en los que apenas salgo de casa y otros en los que casi no entro, ayer fue uno de estos últimos. Me hace bien a veces tomarle el pulso a la ciudad, para después venir aquí y contarla, aunque al final yo también sea uno más de sus miles de habitantes que comen solos, rodeados de extraños, en las grandes mesas de los lunes.
Pero ayer la necesidad de realizar algunos trámites me alejaron de mi refugio y comí en el centro comercial que hay en la plaza Saldanha, bueno en uno de todos los que hay...A la una de la tarde la zona del comedor bullía como si se tratara de un campo de refugiados colapsado, y realmente así parecía, a pesar de las corbatas, de los zapatos verdes y azules de piel, de todas las marcas, de las carteras llenas, de los platos solitarios repletos, aún, de comida. De pronto, presentí toda la gente sola por la que me vi rodeada. Personas que comen calladas, sin levantar los ojos del plato para no encontrarse con la mirada incómoda del vecino de mesa al que no conocen, al que nunca vieron ni volverán a ver, probablemente.
Hay días en los que apenas salgo de casa y otros en los que casi no entro, ayer fue uno de estos últimos. Me hace bien a veces tomarle el pulso a la ciudad, para después venir aquí y contarla, aunque al final yo también sea uno más de sus miles de habitantes que comen solos, rodeados de extraños, en las grandes mesas de los lunes.
1 Comments:
Cuando la soledad no llena ni el vacío.. no sé que decirte, abrazo tu ternura, querida Ana.
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