Instantes
A veces me quiero poner en la piel de los fotografos, pero no de aquellos que fotografían los miradores, las antenas sobre los tejados de Alfama, los rincones bellos, la mujer que sonríe, el niño que juega... No, pienso en los fotografos de la tristeza, en los que retratan la mano extendida del pobre y la vergüenza que provoca la miseria. Pienso en el dolor al apretar el botón, en el instante preciso del robo: cuando la tristeza cambia de manos.
A veces voy por la calle y esos instantes me asaltan en cada esquina: la fila frente a la cárcel, la niña solitaria cargada de bolsas que espera a su preso, los ciegos chocando contra los corremanos del vagón en el metro, los pobres frente a la puerta de la Iglesia de São Domingos, la más popular de Lisboa. Puedo fotografiar la fiesta de la diversidad o de la primavera, puedo robar gestos, los pliegues de una falda o la risa de un niño, pero lo que no puedo es robar el dolor.
Por eso, hay días que sólo vengo con palabras y con la tristeza ajena, que de tan cercana se vuelve propia, enganchada en la retina. Como hoy... que me quería parar y no he podido, para acercarme a la mujer que lloraba desfallecida en el pavimento, abrazada a consuelos extraños. Y la miraban desde los coches y desde todas las esquinas, y los flashes de sus ojos curiosos sondaban su dolor. Yo no sé porque lloraba, tampoco sé por qué no pare, cuando lo que quería era abrazarla.
A veces voy por la calle y esos instantes me asaltan en cada esquina: la fila frente a la cárcel, la niña solitaria cargada de bolsas que espera a su preso, los ciegos chocando contra los corremanos del vagón en el metro, los pobres frente a la puerta de la Iglesia de São Domingos, la más popular de Lisboa. Puedo fotografiar la fiesta de la diversidad o de la primavera, puedo robar gestos, los pliegues de una falda o la risa de un niño, pero lo que no puedo es robar el dolor.
Por eso, hay días que sólo vengo con palabras y con la tristeza ajena, que de tan cercana se vuelve propia, enganchada en la retina. Como hoy... que me quería parar y no he podido, para acercarme a la mujer que lloraba desfallecida en el pavimento, abrazada a consuelos extraños. Y la miraban desde los coches y desde todas las esquinas, y los flashes de sus ojos curiosos sondaban su dolor. Yo no sé porque lloraba, tampoco sé por qué no pare, cuando lo que quería era abrazarla.
2 Comments:
No, no quiero. Esa, te la dejo a tí si te gusta.
Bastante me duele verlo en vivo como para poder fotografiarlo también.
Más prefiero fotografiar la última hoja de un árbol en otoño. Mejor me parece una foto de una sonrisa complice entre amigos.
Lo otro, ya me duele a diario.
El hambre, la injusticia, la desigualdad, la pobreza, los asesinatos... no; no quiero fotos de esto. Viven bien dentro mío a la primera vez que los veo.
Son tatuajes en el Alma mía.
Por eso necesito de lo otro.
Las palabras son también fotografías de las miserias humanas...
Un beso grande
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