sábado, octubre 28, 2006

psssssssss

Silencio. Los días agitados, la lluvia golpeando en el cristal, el viento loco, las voces, los gritos, los pasos crujiendo sobre la madera del pasillo: todo, todo se ha esfumado. Silencio. Todo está callado a mi alrededor, y mi cabeza se resiente por la falta de costumbre, quizás.
Desde estas tierras el mar está más cerca, siento su olor de invierno, si me esforzara conseguiría escuchar el rumor de las olas golpeando la orilla: el final, el comienzo del mar. Silencio. El viento no se oye, o tal vez es porque se ha creado un lazo invisible (e inexplicable) entre él y yo, que le retira la categoría de extraño transformándolo en amigo. Las calles están vacías, sólo el viento, que no se oye.
A veces me asusta el eco de mi propia voz, a veces me parece que las paredes están demasiado lejos, que el mundo es demasiado grande incluso para el eco, el eco, el eco. Silencio. Tanto que te necesitaba y tan rápido te instalas.
Filosofía se acerca a mí, con el hocico inquieto y los ojos brillantes, con las orejas infantiles a pesar de las canas que no se ven. No habla, no dice nada, me mira, y eso ya es suficiente para no enloquecer. Silencio. Qué haría sin ti?

domingo, octubre 22, 2006

Me mira a través del cristal y yo le miro a él, cuando no me ve. Los vagones serpentean por la profundidad del metro y nuestros segundos de inesperado encuentro se deslizan lentos sobre los raíles. A veces levanta la vista, tímido, y yo la bajo consciente de mi efecto, él sonríe. Me llega su reflejo de hombre desconocido, de voz callada que quizás nunca llegaré a oír.

Pienso en sus manos bonitas y en los caracoles que se escapan rebeldes bajo su gorra castaña, a veces se acaricia la barba con la delicadeza de quien sabe que en las manos se encuentran todas las sensaciones.

Me pregunto si me ve, si realmente me ve, si el cristal que nos separa en realidad podría llegar a unirnos, me pregunto si podría acercar mi mano al vidrio y tocar su silueta, la sombra de su cuerpo, el rastro de sus gestos.

A veces los desconocidos tiene el poder de cambiarlo todo; a veces la soledad se disuelve en los gestos ajenos; a veces yo sonrío, otras no.

Pero todos los viajes acaban e incluso en unos segundos creemos haber vivido una vida entera, por lo menos este recuerdo llena ahora las calles, las esquinas, los días nublados, el río agitado y el viento contra el cristal. Por lo menos me queda el consuelo diario de lo inesperado, de lo desconocido, de la sorpresa como la mejor de las armas contra la rutina de los gestos premeditados, de la vida ensayada.

viernes, octubre 20, 2006

Hambre

Hace días que llueve sobre Lisboa, sobre todo por la mañana y en la noche, cuando voy a dormir o me despierto siempre me arrulla el sonido de las gruesas gotas golpeando el cristal. A veces se despierta el viento y tiembla hasta mi ordenador, a veces tiemblo yo, como ahora, ahora que acabo de leer una crónica magnífica de Juan José Millás en el país y que aquí reproduzco:


A veces imagino un pulmón que fuera la suma de todos los pulmones, un corazón que fuera la suma de todos los corazones, un hígado que fuera la suma de todos los hígados, un hombre que fuera la suma de todos los hombres y una mujer que fuera la suma de todas las mujeres. Sólo habría en el mundo un hombre y una mujer, pero tendrían un tamaño enorme. Y habría un solo perro, pero un perro gigantesco también, pues provendría de la adición de todos los perros. Y un solo gato, desde luego, y un solo gorrión, pero estamos hablando de un gorrión con un tamaño colosal, imagínenselo. En buena lógica, habría también una sola bacteria, un único virus, una sola rosa, sólo un clavel, una espina nada más, una lágrima...

Ahora mismo, al tiempo que usted respira, están respirando miles de millones de seres humanos en todo el mundo. Muchos toman y arrojan el aire en el mismo momento en el que lo toma y lo arroja usted. Los pulmones de unos y de otros son básicamente idénticos, quizá, en alguna medida difícil de entender, aunque fácil de intuir, sean el mismo. La idea de que todos respiramos con el mismo pulmón es a la vez estimulante e inquietante, como la de que hubiera un solo estómago para el conjunto de la humanidad. ¿Cómo nos las arreglaríamos en este caso? No es tan difícil de imaginar. Las abejas, sin ir más lejos, disponen de un estómago social, además del propio, en el que guardan la miel comunitaria. Supongamos que tuviéramos que compartir el intestino grueso, el bazo, el páncreas, los riñones, el útero, los ojos, la lengua...

Supongamos que tuviéramos que compartir la Tierra, que tuviéramos que compartir la atmósfera. Imaginemos que hubiera una sola biosfera para todos. De hecho, hay una sola Tierra, una sola atmósfera, una sola biosfera, lo que es tan espectacular como disponer de un solo estómago, de un solo corazón, de una sola lengua, de un ojo único, un abdomen indiferenciado. Parece terrorífico, sí, pero resulta fantástico también que todos los cuerpos sean el mismo cuerpo, que todos los seres humanos seamos el mismo ser humano. Ahora tendríamos que deducir que el hambre de aquéllos es la nuestra, pero la imaginación no nos da para tanto.

martes, octubre 17, 2006

"Rivolição"

Continua la lucha y la ocupación del teatro Rivoli. La toma pacífica del teatro municipal en Oporto ha hecho salir a los portuenses a la calle, para manifestarse, para defender sus derechos, pero el Ayuntamiento parece dispuesto a no ceder y nos sorprende con nuevas medidas: un corte en la electricidad del teatro, dejando a sus ocupantes aislados del exterior y una denuncia criminal contra varias personas.
Pero ellos aguantan y la gente que está fuera se organiza para apoyarles; las paredes del teatro sienten el cariño y el esfuerzo, estoy segura.

Aquí podéis encontrar más información:
Manifestantes en el Rivoli
Fotografías de la ocupación
Blog de apoyo

lunes, octubre 16, 2006

Secretos de la ciudad

No puedo menos que aplaudir ante el encerramiento de actores y espectadores en el teatro Rivoli de Oporto, como protesta ante su privatización, que decidieron prolongar una obra hasta la realidad de las calles y de los problemas a los que tiene que enfrentarse la cultura libre.

A las treinta personas que permanecen encerradas desde hace doce horas se han unido otras centenas que corean Rivoli, Rivoli, Rivoli...frente a la verja cerrada del teatro, que más que separar une a los portuenses en una lucha común.

Es agradable despertar con la sensación de que no nos pueden acallar completamente, que siempre encontraremos una fuerza para luchar, para gritar, para defendernos... Desde aquí envío mi apoyo a Oporto y a esas personas que creen que la cultura está por encima del dinero y de los negocios, a esas personas de la calle que también lanzan sus gritos para defender lo que les corresponde por derecho.

Rivoli, Rivoli, Rivoli!

miércoles, octubre 11, 2006

Las ninfas del río

A Rubem Focs


Ninfas danzantes. Pintura de Fernando Ureña


Cuando Camões escribió "Os Lusíadas" pidió inspiración a las Tágides, las hijas del río Tajo, para que le otorgaran fuerza, inspiración, capacidad, grandiosidad y facilidad en las palabras, ya que se preparaba para enfrentar la mayor empresa literaria en la historia de la literatura portuguesa.

Y las sirenas del río debieron escucharle y debieron enamorarse de su semblante firme, de su mano delicada, del sonido de sus palabras...porque del beso entre la enérgica empresa y toda la magia contenida en el río, salió una de las epopeyas de la literatura universal.

Ya nadie cree en ellas, supongo, o quizás sí...quizás alguien las busque aún asomado en los miradores de la ciudad, como si éstos fuesen las proas de los barcos de Vasco da Gama. Talvez las ninfas se escondan entre los cargueros y los grandes cruceros que atracan en el puerto, talvez nos observen desde el perdido Cais das Colunas...

domingo, octubre 08, 2006

El otro lado


Si me siento en el embarcadero de Cais do Sodré y entreabro los ojos veo la otra orilla del río, pequeña, que se dibuja tímida entre la neblina. Allá, al otro lado, la vida late sin que yo la sienta. Las ciudades se suceden, una tras otra, como si formaran parte de un collar de perlas, aunque desde esta orilla no las imaginemos tan valiosas.
Pero en realidad lo son, y esconden tesoros que desde esta orilla de ojos entreabiertos no podemos ver. El río es mucho más que Lisboa, es el nexo que debería unir en lugar de separar, por eso me fascinan los catamaranes, aquí llamados Cacilheiros, ya que originalmente atracaban en el puerto de Cacilhas, una de las perlas...
Pero no es allí donde esta vez me lleva mi barco, sino a Seixal, una pequeña ciudad junto a uno de los brazos del Tajo, pequeñas bahías que se forman en su magnífico estuario. A primera vista Seixal puede parecer sin interés pero quizás es porque venimos llenos del ruido de Lisboa, del metro, de las prisas, de todas las palabras juntas y enmarañadas, por eso quizás el silencio de Seixal se nos hace ajeno.
Pero después nos acostumbramos a sus calles semivacías, a las casa bajas, a las flores en la calle y la ropa blanca en las ventanas, sólo después sonreímos ante las amabilidad del dueño del restaurante o del empleado del café. Estamos en la otra orilla, y todo parece tan distinto...

Es Lisboa, desde aquí, la que ahora parece lejana. Apenas se dibuja como una línea en el horizonte. Me gusta caminar por las calles de Seixal e imaginar como sería mi vida aquí: compraría el pan en aquella panadería; pasearía por aquel parque, por la mañana o al inicio de la tarde, y me sentaría en sus bancos a leer; y saludaría cada día a aquel perrito lindo que me miraba divertido mientras le hacia la fotografía. Dormiría en aquella buhardilla azul y me despertaría con las sirenas de los barcos o con el canto de los pájaros en los árboles de las traseras, sería seixalense y la otra orilla parecería extraña y lejana, quizás sin valor ni brillo...

Si buscamos bien incluso dentro de las perlas podemos encontrar aún más tesoros. Porque la Quinta da Fidalga es precisamente eso: un tesoro oculto. Perteneció al hermano de Vasco da Gama, aunque la actual vivienda central fue reformada en el siglo pasado. Apenas se pueden visitar sus jardines, pero quizás sea precisamente éste su mayor atractivo. Los naranjos cargados esparcen su aroma en el calor monótono del principio de la tarde, las estrelicias sobresalen entre el verdor de los árboles y plantas y la carretera, aunque cercana, no se siente. Caminamos, caminamos y volvemos a caminar, e imaginamos ser quien no somos, en otra época, en otro espacio, en la otra orilla...


No sé cual de los habitantes de la Quinta da Fidalga recogío la primera piedra, la primera concha ni porque decidió cubrir, bordar, sus paredes, pero estoy segura que no pudo sentir menos emoción que la que sentimos al ver esta pequeña gran obra de arte, años después. A veces sobran las palabras, sobre todo cuando las imágenes tienen su propia voz. Por eso, en el camino de regreso, voy callada, acumulando recuerdos y tesoros, pensando que siempre vale la pena cruzar los límites. Desde el cacilheiro Lisboa vuelve a nosotros, nos saludan las torres de su catedral, la ondulación aún visible de las colinas y todas las palabras que se empeñan en ocupar el silencio.
Sobre el mirador de Santa Catarina alguien me hace señales con un espejo, apenas distingo sus siluetas pero a pesar de la distancia no hay engaño posible, son Rubém Focs y Lucas Baldus. Acaban de llegar y ellos, también, buscan un tesoro, buscan la máquina de hacer saudades...
Tengo que subir corriendo la colina para contarles que quizás esa máquina se encuentre en medio del río, en el punto exacto donde echamos de menos a todas las orillas, donde la nostalgia llega como la neblina y nos deja solos.

miércoles, octubre 04, 2006

Sobre la calzada

martes, octubre 03, 2006

Perdida en Alfama

Cuando camino por Alfama siento que vuelvo a un tiempo que no me pertenece, que nunca viví, pero que de algún modo, forma parte de mi historia. Las vecinas sentadas a la puerta de sus casas, charlando antes de la cena, me hacen imaginar la adolescencia de mi madre, allá, en aquel pueblo en el que aún se pueden ver las estrellas. Los niños...los niños que juegan con cualquier cosa, que hablan conmigo, sin temerle a los desconocidos, y a los que sonrío como si perteneciera a la gran familia que es su barrio.

Me relaja caminar por sus callejuelas y no oír nada, sólo las voces y los trinos, los gritos y la música, el silencio...; me llena de calma, aunque después la vuelta a la ciudad se haga más dura. A veces imagino que vivo aquí, que abro la ventana de mi casa y saludo a la vecina entre los geranios y la menta, que mis sábanas extendidas casi rozan el suelo de la calle, y que me despierto con el olor del pan recién horneado o con los gritos de las pescaderas.

Alfama es como una perla, escondida y libre, aún...