domingo, octubre 08, 2006



No sé cual de los habitantes de la Quinta da Fidalga recogío la primera piedra, la primera concha ni porque decidió cubrir, bordar, sus paredes, pero estoy segura que no pudo sentir menos emoción que la que sentimos al ver esta pequeña gran obra de arte, años después. A veces sobran las palabras, sobre todo cuando las imágenes tienen su propia voz. Por eso, en el camino de regreso, voy callada, acumulando recuerdos y tesoros, pensando que siempre vale la pena cruzar los límites. Desde el cacilheiro Lisboa vuelve a nosotros, nos saludan las torres de su catedral, la ondulación aún visible de las colinas y todas las palabras que se empeñan en ocupar el silencio.
Sobre el mirador de Santa Catarina alguien me hace señales con un espejo, apenas distingo sus siluetas pero a pesar de la distancia no hay engaño posible, son Rubém Focs y Lucas Baldus. Acaban de llegar y ellos, también, buscan un tesoro, buscan la máquina de hacer saudades...
Tengo que subir corriendo la colina para contarles que quizás esa máquina se encuentre en medio del río, en el punto exacto donde echamos de menos a todas las orillas, donde la nostalgia llega como la neblina y nos deja solos.