domingo, octubre 22, 2006

Me mira a través del cristal y yo le miro a él, cuando no me ve. Los vagones serpentean por la profundidad del metro y nuestros segundos de inesperado encuentro se deslizan lentos sobre los raíles. A veces levanta la vista, tímido, y yo la bajo consciente de mi efecto, él sonríe. Me llega su reflejo de hombre desconocido, de voz callada que quizás nunca llegaré a oír.

Pienso en sus manos bonitas y en los caracoles que se escapan rebeldes bajo su gorra castaña, a veces se acaricia la barba con la delicadeza de quien sabe que en las manos se encuentran todas las sensaciones.

Me pregunto si me ve, si realmente me ve, si el cristal que nos separa en realidad podría llegar a unirnos, me pregunto si podría acercar mi mano al vidrio y tocar su silueta, la sombra de su cuerpo, el rastro de sus gestos.

A veces los desconocidos tiene el poder de cambiarlo todo; a veces la soledad se disuelve en los gestos ajenos; a veces yo sonrío, otras no.

Pero todos los viajes acaban e incluso en unos segundos creemos haber vivido una vida entera, por lo menos este recuerdo llena ahora las calles, las esquinas, los días nublados, el río agitado y el viento contra el cristal. Por lo menos me queda el consuelo diario de lo inesperado, de lo desconocido, de la sorpresa como la mejor de las armas contra la rutina de los gestos premeditados, de la vida ensayada.

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

um beijo do tamanho do Brasil

12:28 p. m.  
Blogger almena said...

sí, basta una mirada y...

:)

Besos!

6:51 p. m.  

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