domingo, mayo 21, 2006

un tiempo

Queridos amigos:

Tengo que dejaros durante un tiempo. Prometo volver, lo que no podría prometer sería continuar aquí cada día y por eso no quiero manteneros en la expectativa de si hoy escribiré algo o no. Mis días se han vuelto tristes y no tengo muchas fuerzas para este "casulos de Lisboa". No os preocupéis, no es nada que el tiempo no cure, los momentos así forman parte de la vida y como cualquier instante deben ser vividos y de ellos debemos aprender para continuar adelante.

Lisboa está hermosa, amigos, llena de luz y de aromas y está aquí conmigo para llenar mis días. También vosotros estaréis en mi pensamiento y os visitaré a diario, podéis tener la certeza.

No me despido, porque volveré pronto...
Un gran abrazo para todos
Ana

martes, mayo 16, 2006

El recién llegado

La vela de rosas se consume. Todos duermen. Para mí aún es demasiado pronto; ahora que llegan las noches cálidas me cuesta rendirme al sueño, me cuesta perder los segundos y el olor de la noche. Allá afuera el silencio está plagado de grillos y la última habitación de la casa ahora respira. Tenemos un nuevo compañero, llegó el sábado pero ya nos parece como si hubiera estado siempre aquí. Llegó con la sonrisa tímida y los ojos brillantes. Cargado de películas y canciones, una maleta en la que no cabe el pasado y un futuro por delante.

A veces sólo necesitamos un segundo para que las amistades críen raíces, para que los brotes de la complicidad despunten hacia nuevos caminos. Siento que esta familia extraña que formamos, aquí en el corazón de Lisboa, a partir de ahora estará mucho más completa.

miércoles, mayo 10, 2006

Las tardes azules

Tengo especial predilección por estas tardes de primavera, en las que el sol aún se oculta tímido y el aire viaja lleno de flores y aromas. Llevo siempre conmigo la última de las luces antes de la noche cerrada, la más azul de todas, que envuelve río, ciudad y personas.

Acabo de encender una vela, el viejo gramófono suena a música francesa y los aviones sobrevuelan los tejados como luciérnagas perdidas. La quietud es mi prisionera. Me gustan estas tardes de silencio, cuando la soledad es la mejor de todas las compañías. Escoger y abrir un libro, recorrer sus páginas mientras se encienden las estrellas.

Dejar la ventana abierta, dejarla siempre abierta, para que Lisboa se me cuele en mitad de la noche...

lunes, mayo 08, 2006

El olor de mis primeros años

Lisboa me ha devuelto uno de los olores de mi infancia. Lo sentí por primera vez a los tres meses de llegar, apareció de repente, a la vuelta de una esquina, como un soplo inesperado. Todos los años de adolescencia y madurez se deshicieron en el recuerdo de mis pequeños pasos hasta la panadería del pueblo de mi madre.

Siempre me enviaban a comprar el pan; y a mí me daba miedo. Me asustaba entrar en la panadería, que era un gran almacén, recorrer el camino en la oscuridad hasta el mostrador y encontrarme con el hombre de la barba roja. Él sonreía, pero yo continuaba asustada. Casi en un susurro, le tartamudeaba el pedido de mi abuela y él me lo entregaba aún caliente, colocándolo en mis manos temblorosas. Después sonreía. Yo le miraba durante unos segundos y aspiraba el olor del pan recién hecho; pero cuando el hombre de la barba roja me preguntaba mi nombre, yo salía corriendo, atravesando la oscuridad hasta llegar a la plaza, al día, a la luz...

Nunca volví a sentir aquel olor especial, en las ciudades no existen panaderías como aquella... nunca hasta que llegué aquí y me sorprendió a la vuelta de una esquina. A pesar de eso, los recuerdos nunca vuelven completos y el hombre de la barba roja no está para que le pueda decir: "Ana, me llamo Ana..."

sábado, mayo 06, 2006

(Sin título)

No tengo ninguna fotografía de la penitenciaria de la Rua Marquês Fronteira. No he podido hacerla, me faltaron las fuerzas. Por eso no podréis ver los ojos tristes de la niña que esperaba apoyada contra el muro, con la mirada perdida entre los jacarandás del parque, y con las manitas enlazadas junto a las bolsas que cargaba. No sentiréis el vacío, ni la soledad de las visitas semanales a un padre, una madre o unos hermanos perdidos.

La cárcel, antigua y aún superviviente en el centro de la ciudad, parece un castillo, casi sacado de un cuento de hadas, con sus torreones bordados de piedra y sus muros altos, y todos los misterios que encierran. Esto casi podría ser un cuento, si no fuera porque ellos están dentro y la niña de los ojos tristes fuera. Esperando los días de visita cargada de bolsas y melancolías, esperando el abrazo ahorrado y acumulado de todas las semanas.

A tan sólo cinco minutos, sobre el mirador del parque Eduardo VII, los turistas fotografían la ciudad blanca, llena de luz y de vida; y se admiran ante el río que serpentea entre las colinas, ajenos ambos, ciudad y río, a aquello que mantienen en sus entrañas.

miércoles, mayo 03, 2006

En esas tardecitas...

Su mano abrazando mi espalda. La luz tenue filtrándose entre las rojas cortinas, siempre al compás: un, un, dos, tres, un... Se van volviendo de tangos las tardes de mis domingos lisboetas; y mientras la ciudad aún corre sin descanso por la Av. 24 de Julho, se me cierran los ojos en una canción y descanso de los días en abrazos desconocidos.