El olor de mis primeros años
Lisboa me ha devuelto uno de los olores de mi infancia. Lo sentí por primera vez a los tres meses de llegar, apareció de repente, a la vuelta de una esquina, como un soplo inesperado. Todos los años de adolescencia y madurez se deshicieron en el recuerdo de mis pequeños pasos hasta la panadería del pueblo de mi madre.
Siempre me enviaban a comprar el pan; y a mí me daba miedo. Me asustaba entrar en la panadería, que era un gran almacén, recorrer el camino en la oscuridad hasta el mostrador y encontrarme con el hombre de la barba roja. Él sonreía, pero yo continuaba asustada. Casi en un susurro, le tartamudeaba el pedido de mi abuela y él me lo entregaba aún caliente, colocándolo en mis manos temblorosas. Después sonreía. Yo le miraba durante unos segundos y aspiraba el olor del pan recién hecho; pero cuando el hombre de la barba roja me preguntaba mi nombre, yo salía corriendo, atravesando la oscuridad hasta llegar a la plaza, al día, a la luz...
Nunca volví a sentir aquel olor especial, en las ciudades no existen panaderías como aquella... nunca hasta que llegué aquí y me sorprendió a la vuelta de una esquina. A pesar de eso, los recuerdos nunca vuelven completos y el hombre de la barba roja no está para que le pueda decir: "Ana, me llamo Ana..."
Siempre me enviaban a comprar el pan; y a mí me daba miedo. Me asustaba entrar en la panadería, que era un gran almacén, recorrer el camino en la oscuridad hasta el mostrador y encontrarme con el hombre de la barba roja. Él sonreía, pero yo continuaba asustada. Casi en un susurro, le tartamudeaba el pedido de mi abuela y él me lo entregaba aún caliente, colocándolo en mis manos temblorosas. Después sonreía. Yo le miraba durante unos segundos y aspiraba el olor del pan recién hecho; pero cuando el hombre de la barba roja me preguntaba mi nombre, yo salía corriendo, atravesando la oscuridad hasta llegar a la plaza, al día, a la luz...
Nunca volví a sentir aquel olor especial, en las ciudades no existen panaderías como aquella... nunca hasta que llegué aquí y me sorprendió a la vuelta de una esquina. A pesar de eso, los recuerdos nunca vuelven completos y el hombre de la barba roja no está para que le pueda decir: "Ana, me llamo Ana..."
4 Comments:
son los recuerdos que no se dejan escapar de donde queremos conservarlos, aunque el hombre de la barba roja ya no pregunte tu nombre,
un abrazo,
....ah, los aromas de la infancia.... la memoria del olfato es de las más extrañas que existen.... aparece inesperadamente y dura un efímero instante.... pero que recuerdos trae de golpe!.... :)
¿te dije alguna vez que me gustaba mucho leerte?
Mil besos Ana y una sonrisa desde el corazón.
de mi infancia me acuerdo el aroma a colonia de mi abuelo. andaba siempre perfumado, bañándose de mañana, siempre afeitado y con ese aroma, mmmmmmmm, a colonia fresquita, matinal.
incluso en invierno me parecía estar en presencia del mismísmo hombre por excelencia. esa era la forma de vida que debía tener un marinero o algo así. eso de bañarse de mañana, afeitarse a diario sin ninguna otra ocupación que ver pasar el tiempo en su jubilación ya avejentada de los sesenta y pico.
ese es el aroma que más recuerdo.
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