lunes, marzo 27, 2006

Fiesta de primavera





martes, marzo 21, 2006

Más allá de los días tranquilos


Hoy es el día mundial de la poesía, y ya que estoy en Lisboa podría traer del recuerdo los famosos versos de Pessoa para celebrarlo:

"O poeta é um fingidor
finge tão completamente
que chega a fingir que é dor
a dor que deveras sente."

También celebramos la entrada de la primavera, eso me plantea inmensas posibilidades: desde correr al parque Eduardo VII con la cámara de fotos en ristre para captar las primeras flores o los brotes de los jacarandás y mostraros los colores y el perfume, hasta olvidarme de todo y en soledad pisar la hierba verde de Belém.

Pero hoy se me ocurre pensar que además de Pessoa y de suaves primaveras, Lisboa también es algo más: es africana. Y no la hacen ser así ni la piel oscura, ni los restaurantes, ni las discotecas, los vestidos floridos o la música que sale a raudales de los coches. Es africana porque la historia la hizo así, por un día alguien en esta ciudad decidió que África era un continente recubierto de chocolate y guindas, de obra de mano gratuita, de paradisiacos entornos, sólo eso. Y ese alguien enarboló su propia bandera de la razón, se subió a un barco de vela y cruzó los mares para descubrir (destruir, conquistar, asolar) otras tierras. Después, los tataranietos de sus nietos hicieron el viaje inverso, un poco más lento, porque con los bolsillos llenos no se puede salir corriendo. Y el pastelito de chocolate y guindas que era África se quedó en el mismo lugar, sin esperanza, sin un pedazo de pan para llevarse a la boca, sin entender nada y lleno de odio.

Tenemos una deuda pendiente con África, lo hemos dicho siempre y por desgracia lo seguiremos diciendo. Se me ocurren poemas,en este día mundial de la poesía, como éste de Agostinho Neto:


Velho negro


Vendido
e transportado nas galeras
vergastado pelos homens
linchado nas grandes cidades
esbulhado até o último tostão
humilhado até ao pó
sempre sempre vencido (...)


África siempre vencida, siempre violada: por lo que es y no es, por lo que hizo y no hizo, por lo que sueña, por lo que cree, porque a alguien le interesa, porque así se llenan los bolsillos los que están lejos.

Hoy no puedo hablar de primaveras cuando en los ojos se me dibuja el dolor de Guiné-Bissau y Senegal, no puedo. Como voy a hablar de pétalos suaves cuando los niños caminan durante horas, descalzos y hambrientos, por el duro asfalto que les ha tocado vivir. Cuando los titanes luchan, la sangre derramada siempre es la de los inocentes. Estos días no existe la primavera en África, no hay flores ni brotes nuevos en el campo de refugiados de Bourgadié, junto a la frontera con Guiné-Bissau. No hay dos bandos, sólo hay muerte y desesperanza, un ir y venir constante del pueblo africano de un refugio a otro, apátridas, sin oportunidad.

Y quiero pensar en los niños, en todos los niños africanos, que no tendrán lo que nosotros tuvimos y que aún, o quizá precisamente por eso, consiguen ser felices.


"(...) Os meninos à volta da fogueira

Vão aprender coisas de sonho e de verdade

Vão aprender como se ganha uma bandeira

Vão saber o que custou a liberdade


Palavras novas, sempre novas

Palavras deste tempo sempre novo

Porque os meninos inventaram coisas novas

E até já dizem que as estrelas são do povo. (...)"


Manuel Rui, Os meninos de Huambo.


Fotografías: Jorge Neto

viernes, marzo 17, 2006

Viajes distintos


A veces juego en el metro. Supongo que todo el mundo lo hace.

Cierro los ojos y siento el latido del tren, el vaivén de su cuerpo de acero rozando las curvas, acariciando la piel del rail. Después descargo todo mi peso sobre los pies y busco el equilibrio. Le tomo el pulso al tiempo y a la velocidad, y mi cuerpo se balancea al compás de su música. Casi siempre tropiezo y la magia se rompe, pero vuelvo a empezar. El tren me conoce, sabe leer en mi alma el equilibrio que me falta, el compás que necesito y la voz que llevo dentro. Hay momentos en los que el tren y yo somos sólo uno.

miércoles, marzo 15, 2006

Lugares


Suelo pensar que consigo orientarme con relativa facilidad en las ciudades que no conozco. Sólo en un lugar me perdí sin remedio; nunca encontraba la dirección correcta de los canales en Amsterdam. Curiosamente otra ciudad llena de canales me hizo perder minutos y horas entre callejones sin salida, pero esta vez con mucho más placer, porque perderse en Venecia es realmente la mejor forma de conocerla.

Cuando llegué por primera vez a Lisboa me sentí en casa, sus calles eran las mías, los rincones parecían recuerdos de otros viajes, ver el río era como mirar hacia el espejo que hay dentro de mí. Pero aún así, existe una pequeña plaza que se ha convertido en mi lugar favorito, a pesar de que pocas veces consigo encontrarla a la primera.

Yo creo que a la praça das flores la protegen sus árboles, el trino de sus pájaros y el zigzag de las callejuelas que conducen a ella; no encuentro otra explicación que la de una conspiración para que aparezca siempre frente a mí al doblar una esquina, por sorpresa, esperándome y mostrándome su belleza de plaza tranquila de cafés y palomas. Tiene mucho de sueño esta plaza, de lugar inexistente o paralelo de nuestro mundo. Espero que nunca encuentre el camino recto para llegar a ella.

Fotografía: pinturas de Dora Iva Rita en la praça das flores.

martes, marzo 14, 2006

Puertos y lunas.














Este fin de semana han intentado enseñarme a bailar tango. Digo intentado porque suelo ser bastante rebelde a la hora de dejarme llevar en unos pasos de baile. El curso se impartía en una sala con el suelo de madera, al son de la música de Gardel, entre otros, y en una tarde cálida de principios de primavera.

Me gusta el sonido de los zapatos deslizándose sobre la madera, girando, haciendo dibujos y señales, mientras los cuerpos, desconocidos y distintos, se abrazan. Me gusta también este abrazo apretado, el paso que nace desde el interior del cuerpo y se acomoda en la música, la respiración acompasada.

Y me hace reír el tropiezo, y los pies que, envidiosos, también se quieren fundir en un abrazo. Pienso que el tango, allá en Buenos Aires, también debió surgir de un abrazo: de culturas, de músicas, de personas... Me hace pensar en el Fado, música nacida entre las estrechas callejuelas de Alfama, de esta Lisboa de marineros, ladrones y prostitutas, que después por amor pasaría a los grandes salones aristocráticos.

Aún hoy, en los barrios del puerto, cuando la ciudad duerme, se pueden encontrar esos seres de la noche que entonan un faducho en la penumbra de las tabernas; aún hoy se llenan los labios de desdichas y el futuro de destinos rotos cuando la fadista se envuelve en su xaile negro, y cierra los ojos, y la guitarra suena, y el silencio llega...

Dos ciudades casi hermanas: Buenos Aires y Lisboa, puertos y lunas...


Fotografía izquierda: "Tango enamorado", Diego Manuel.

Fotografía derecha: "Fado azul", Marcio Melo.

lunes, marzo 13, 2006

La música universal

Pocas personas saben lo que se esconde tras el número 8 de la rua da Madalena. El mundo pasa frente a la puerta abierta del edificio y no imaginan las batallas que se libran dentro de él; ven tan sólo una casa normal sin saber que este lugar viejo es la casa del mundo.

En el segundo piso se encuentra la Asociación solidaridad inmigrante. Entre sus cuatro paredes proporcionan apoyo jurídico y burocrático, ayuda, una mano abierta y, sobre todo, la sensación de no ser tan extraño, tan excluido y extranjero, de no estar tan sólo.

El sábado por la noche me invitaron a visitar esta casa de puertas abiertas. Cada mes celebran una cena típica para mostrar la gastronomía de cada país. Son las propias personas de esos países las que cocinan, las que te invitan a pasar y a sentarte, las que te explican, las que te cuentan, las que te cantan, las que se emocionan al oír hablar de nuevo su lengua...

Este fin de semana le correspondía el turno a la República Moldava. Una de las cocineras, amiga de los tiempos en los que estudiaba portugués, fue la que me invitó. Después de la cena me mostró algunos pasos de una danza tradicional que improvisamos entre todos, y nos cantó una canción triste de su tierra, de la cual no conseguíamos entender nada y entenderlo todo al mismo tiempo.

Franceses, africanos, españoles, argelinos, rusos, portugueses, argentinos, italianos y moldavos, sobre todo moldavos...todos bailábamos al son de la misma música y todos nos entendíamos.

Al despedirme, mi amiga se quitó un broche que llevaba en la solapa. Me miró a los ojos y lo colocó sobre mi abrigo. Me dijo que era una tradición moldava para celebrar la primavera y que me traería suerte. Ahora me paseo orgullosa por la ciudad, con mi broche en la solapa y con la alegría de haber estado en el mundo y de haber descubierto para siempre el secreto del número 8 de la rua da Madalena.


Fotografía: Rua da Madalena, Paulo Ataíde.

sábado, marzo 11, 2006

"La columna rota"

Este jueves pasé el día en el barrio de Belém, más concretamente primero en el centro cultural y después frente a la puerta del Palacio del Presidente de la República. No suelo ir a menudo hasta aquella parte de la ciudad, por eso subir al tranvía número 15 y recorrer la orilla del río durante media hora se convierte en un placer.

Primero comí con mi amiga Anita en un restaurante chino, chop suey de cerdo, arroz tres delicias y pato de Pekín a la velocidad de la luz, porque ya llegábamos tarde a la visita guiada a la exposición de Frida Kalho que estos días se encuentra en el centro cultural de Belém. Además, mi amiga sería la intérprete del guía y no queda bien visto que llegásemos a mitad de visita.

Me gustan los cuadros de Frida. No están todos, claro, ni siquiera los más "famosos" o quizás los que yo más deseaba ver, pero aún así me han gustado. Pero lo que más me gustó fue la interpretación de mi amiga, que sin que el guía se diera cuenta aumentaba datos, nombres e historias. Claro que cuando el guía dijo una frase y ella la multiplicó por cuatro él comenzó a sospechar algo.

Después quise volver a casa, porque tenía que terminar algunos trabajos. Pero no me dejaron, porque el día 9 de marzo tomaba pose el nuevo y flamante Presidente de la República y había colocado toda su caballería sobre los raíles del tranvía. Tráfico interrumpido, por tanto. Así que me acerqué a curiosear. Parece que Anibal Cavaco Silva se había acercado hasta el monasterio de los Jerónimos para depositar unas flores sobre la tumba de Luiz de Camões. Luego, por la noche, lo vi en la tele y no fue exactamente así, eran un par de soldaditos los que cargaban con una enorme corona de flores, pero bueno, supongo que vale.

Yo encontré a Cavaco cuando ya salía del monasterio. Tocaron el himno nacional frente a él, después se subió a un mercedes negro y dio dos vueltas frente a nosotros, con otros cuatro mercedes igualmente negros detrás en los que no tengo ni idea de quien iba. No pude evitar oír la conversación de un par de mujeres que estaban frente a mí:

- ¡Qué vergüenza! la gente se muere de hambre y ellos aquí dándose la gran vida.
- Pues sí, porque mira todos lo que han venido para esta tontería, los jefes de estado, que si príncipes y princesas...
- Y no te creas que comen cualquier cosa...
- Ah no, no, de lo mejorcito, y nosotros a pagarlo.

De pronto, los caballos comenzaron a trotar tras los cinco mercedes negros. Uno de ellos se despistó un poco y a su jinete le costó controlarlo. Las mujeres continuaban con su conversación:

- Ay, ¡míralos que bonitos! ¡cómo trotan!
- sí, sí y mira los trajes, son tan elegantes...
- ¡Ay, bendito sea Dios! que a ese se le desboca el caballo.
- Es que no debe ser fácil controlarlos con tanta gente.
- Pero así queda tan bonita la comitiva, ¡mira!, ¡mira!

Debo confesar que lo mejor de esta "representación" fue uno de los jinetes. Llevaba dos grandes tambores colocados sobre la montura y, milagrosamente, conseguía tocarlos y mantener el caballo en línea recta tras los mercedes, los cinco.

- Pero lo que yo te estaba diciendo, ¡una vergüenza!, ¡eso es lo que es!
- Qué razón tienes, filha, la gente se muere de hambre y ellos con esta pantomima...

Intenté de nuevo subir al tranvía, pero al presidente se le ocurrió bajarse del coche y acercarse a saludar al pueblo. En ese momento decidí irme a leer al café de al lado. Lo reconozco, me dio así como un poco de miedo...y bueno, que es que a mí me gustaba más el antiguo presidente, que le vamos a hacer...

Al final, desistí del tranvía y me subí al primer autobús que pasó. No fue mala decisión, porque acabé recorriendo partes de la ciudad que aún no conocía. En una curva nos acercamos peligrosamente a un tranvía y mientras me bamboleaba agarrada a la barra, volví a pensar en Frida y en sus dieciocho años atravesados por un pasamanos.

miércoles, marzo 08, 2006

8 de marzo

En este día internacional de la mujer, quiero hacer un alto en el camino y dedicar este momento a unas mujeres que ya no están con nosotros, porque nos las han robado. En Ciudad Juárez (Chihuahua, México) más de 300 mujeres han sido secuestradas, violadas, mutiladas y estranguladas (en este orden) y hoy más que nunca no podemos dejarlas solas. Yo no me puedo callar ante el abuso del poder. Con cada nueva mujer que torturan y matan, también se llevan una parte de mí.

No sé si me atrevo a desear que encuentren y castiguen a los culpables, porque sé que es algo muy difícil, pero lo que sí suplico es que no sufra ni una sola mujer más; y que las adolescentes de Ciudad Juárez dejen de tener miedo.

Mañana volveré a Lisboa, hoy me quedo en México.


Fotografía retirada de "El país"

martes, marzo 07, 2006

Desde aquí arriba



Hay un punto exacto en el cual colocarse para hacer esta fotografía. Si lo encontramos, se hace simétrica la ciudad, aunque las colinas no sean exactamente iguales unas a las otras ni el parque tenga los mismos árboles en cada orilla. Pero a pesar de todo existe este lugar perfecto, desde dónde la ciudad se desdobla y se despliega sobre el río, como si se recostara junto a un espejo.

Me gustaría poder rodar colina abajo y pasar frente a la estatua del Marqués de Pombal, meter mis pies en las fuentes de la Avenida de la Libertad, y tocar la piedra labrada del pavimento para acabar mirándome el rostro en el río, allí al fondo.

A veces subo hasta la cima del parque y busco el equilibrio. Después extiendo los brazos y con un sólo gesto atrapo la ciudad...

viernes, marzo 03, 2006

La estación que me espera

Esta tarde iré a dar mi clase semanal de español, en un lugar muy particular: la estación de Santa Apolónia.

Quien haya llegado alguna vez en tren a Lisboa habrá acabado seguramente su recorrido en este lugar. Al salir al andén, cargado de maletas y deseos de callejear la ciudad, se habrá sorprendido en primer lugar con el hombre que inusitadamente amable pretendía llevarle las maletas. Después habrá admirado las paredes pintadas de azul y las palomas o incluso gaviotas, que revolotean entre los vagones.

Y es que la estación de Santa Apolónia no ha cambiado mucho desde esta fotografía de 1911, sigue siendo un lugar de encuentro, de partida, de llegada... el lugar donde los trenes ya no pueden continuar, donde su único destino es volver hacia atrás sin pisar las calles de Lisboa, sin subir al castillo de San Jorge o pasear por la baixa en dirección a la Plaza de Comercio.

Es un lugar nostálgico, lleno de personas que miran los trenes. Como yo, que cada tarde llego un poco antes para sentarme en el andén, como si fuera a partir, como si esperara a alguien, para así también formar parte, durante un instante, de la historia de esta vieja estación.


Fotografia de JOSHUA BENOLIEL- Estación de Santa Apolónia, Octubre de 1911

jueves, marzo 02, 2006

La promesa de la felicidad

Reconozco que es una de mis calles favoritas, porque se llama Rua António Maria Cardoso, porque por allí pasa el viejo tranvía tintineando y porque todas las semanas, en el café de los teatros, me encuentro con una amiga, una pintora rumana de grandes ojos verdes.

Allí se encuentra también el primer teatro de Portugal en el que entré hace unos cuatro años, para ver el musical Amalia de Filipe la Feira: el teatro São Luiz. Inaugurado el 22 de mayo de 1894, siempre acogió manifestaciones artísticas de todo tipo: ópera, ballet, musicales, teatro...

A pesar de ser un viejo conocido, nunca había estado hasta ayer en su maravilloso jardín de invierno: una amplia sala-café donde todos los miércoles se organizan debates interculturales, entre otros espectáculos. El tema de ayer era "La felicidad" y durante cerca de dos horas un biologo, un escritor y un estudioso del arte discutieron sobre "qué" nos da felicidad. Obviamente las opiniones eran totalmente diferentes e igualmente aceptables. Creo que me quedo con una idea que el escritor planteó al inicio de su intervención: "la felicidad es el equilibrio"

Y me atrevo quizás a añadir que ese también es el secreto de nuestra vida: equilibrio. Un equilibrio que no se contradice en absoluto con la intensidad, de la que soy una gran defensora. Porque tengo la certeza de que si vivimos con intensidad cada momento de nuestra vida y lo hacemos de una forma equilibrada, conseguiremos encontrar retazos de felicidad en todos los instantes.

Me gustó el jardín de invierno del teatro São Luiz. En la pared del fondo un fresco representaba un inmenso jardín en el que dos centauros se peleaban furiosamente. Frente a ellos, tres personas de ámbitos diferentes encontraban puntos en común a la hora de definir la felicidad. Después llegó el atardecer, y se me ocurrió pensar que la lucha de los centauros en realidad quizás sólo fuese un abrazo.