miércoles, diciembre 13, 2006

Ser feliz

Todos los martes y jueves, atravieso la ciudad para ir a clases de francés. Es siempre el mismo camino: tres líneas de metro diferentes, tres espacios de espera, tres llegadas y partidas. Ayer me di cuenta de que he creado una rutina de pasos, y una costumbre, un instante que se repite cada semana y que se convierte en mi redención diaria.
En la estación Marqués de Pombal, hay que recorrer un amplio camino para cambiar desde la línea amarilla a la línea azul, desde el girasol a la gaviota, aunque ya nadie las llame así. Hicieron una pasarela automática, de esas que parecen una alfombra rodante, pero yo prefiero caminar.
Y llega entonces la epifanía, el instante que lo cambia todo, cuando cierro los ojos y recorro el pasillo vacío. El silencio apenas interrumpido por los trenes que llegan, por una voz pérdida de adiós, por el sonido mecánico de las escaleras que suben y bajan. Y yo camino, de ojos cerrados, de sonrisa puesta, y mis pies parecen alas. El mundo desaparece, se aleja y, durante los segundos que dura mi camino ciego, los problemas se quedan atrás, junto con todas las palabras.
Quizás quien me vea me llamará loca, yo le diría que, en ese momento, lo que soy es feliz...