martes, febrero 28, 2006

A cuatro manos


Supongo que todas las Fnacs del mundo tienen el mismo aspecto, pero la de Lisboa es un poquito más especial. Comienza por estar situada en la planta baja de un centro comercial que anteriormente era el Hotel Universal, en el corazón del Chiado, barrio cultural y bohemio por excelencia. Desde el foro, el lugar donde se realizan las presentaciones, conciertos, exposiciones, etc. se observa la ciudad a través de unos grandes ventanales, que aún conservan su antiguo trazado.

Hoy se daban cita allí dos grandes compositores y pianistas portugueses: Bernardo Sassetti y Mario Laginha, con motivo de la presentación de su nuevo disco conjunto a cuatro manos. Y ciertamente, a cuatro manos nos han desvendado su trayectoria musical, en una conversación amena y cómplice con el público. Son hombres de la música y por eso, entre palabras y confesiones, han interpretado algunas piezas e improvisaciones. Bernardo, alto y tímido, se inclina sobre el piano y sus manos revolotean entre las teclas como mariposas inquietas. Mario, en cambio, es más pasional, casi podemos sentir la fuerza que emana de todo su cuerpo cuando interpreta.

Como broche final, una pieza a cuatro manos, con la complicidad de quien conoce y respeta los gestos del otro; una auténtica delicia para este atardecer primaveral en Lisboa.


Fotografía: al piano, Bernardo Sassetti; escuchando, Mario Laginha. (la foto es un poco borrosa, pero es que he de confesar que me temblaba la mano)

lunes, febrero 27, 2006

"Abril rojo"

Hace un par de semanas asistía en el Instituto Cervantes de Lisboa a la presentación de la traducción de la novela Pudor, del escritor peruano Santiago Roncagliolo. Llegó despacio y se sentó en el centro de la mesa, junto al editor, el traductor, la escritora portuguesa Ines Pedrosa y Marcos Giralt Torrente, que también presentaba la traducción de su último libro.

Me gustan los escritores que, mientras esperan su turno para hablar, observan a las personas. Santiago nos miró a los ojos al mismo tiempo que escuchaba las palabras de sus compañeros. Recorría la sala haciendo guiños a los conocidos, saludando levemente y repartiendo sonrisas.

Cuando le llegó el turno de hablarnos de su libro, nos sorprendió con un excelente portugués, tímido y con un dulce acento brasileño. Poco a poco nos fue desvendando los instantes de Pudor, sin perder la sonrisa.

Puede que este texto se salga un poco de la temática de este blog, pero no lo he podido evitar. Porque hoy Santiago Roncangliolo ha ganado la novena edición del premio Alfaguara de novela, un premio que sin ninguna duda merece, por haberse transformado, con mucha lealtad y trabajo, en un gran escritor.

Sólo me queda decirle desde aquí... ¡Muchas felicidades!

Superposiciones en piedra y verde

A pesar de todo, me gustan las contradicciones. No puedo vivir sin esto y lo contrario, al mismo tiempo. Me gusta saber que estoy aquí cuando ya me estoy yendo. Al fin y al cabo la vida es así, también Lisboa: entrañablemente contradictoria. Como si estuviera formada por cientos de ciudades que se entremezclan entre sí, como si estuviéramos dentro y fuera de la ciudad en un único instante.

Desde que vivo aquí he recuperado el canto de los pájaros, porque los cristales de mi ventana son débiles y no protegen lo suficiente del frío o del viento; en cambio, me han devuelto el trino tras los aguaceros. También el sonido de la lluvia, cuando cae sobre el tejado, alborotada y ruidosa, y me despierta o acompaña mis libros.

Y la ropa extendida y el aroma del pueblo, y los gritos de los niños que juegan en la calle, con una pelota, al llegar la primavera. La ciudad se despliega hermosa, consciente de sus contradicciones, sabiendo que es ésta y aquella cuando nos asomamos a sus calles, sabia y antigua, como siempre fue, como espero que continúe siendo.



Fotografía: Parte trasera de mi apartamento, hace aproximadamente media hora.

viernes, febrero 24, 2006

Marineros en tierra

Esta mañana me he encontrado con un pirata en la calle, con ojo de cristal incluido. Iba caminando por la Rua Augusta, se bamboleaba de un lado a otro como si estuviera en alta mar y llevaba un vulto en el bolsillo del abrigo. Mi mente, que a veces se excede bastante, ha imaginado que dicho vulto era un loro paraguayo o, peor aún, un antiguo mosquete. Por eso lo he seguido, soy curiosa por naturaleza, no puedo evitarlo, me gusta observar a las personas. Las miro e imagino sus vidas, sus historias, hacia dónde se dirigen; es una vieja manía.

Lo he seguido hasta llegar a la praça do comercio y me he escondido detrás de una columna. Él se ha quedado quieto durante unos instantes, mirando al río, recorriendo la otra orilla. Después, se ha llevado la mano al misterio bolsillo. Me ha dado miedo, lo reconozco, y he cerrado con fuerza los ojos. Pero la curiosidad ha sido más fuerte que yo...

El pirata del ojo de cristal ha sacado su secreto a la luz: un objeto pequeño, oscuro, que desde mi posición no conseguía ver con claridad. Se lo ha llevado a la oreja y de pronto he podido escuchar su voz, fuerte y grave, gastada por el ron:

-¡Eh tío!, ¿se puede saber dónde estás? ¡Llevo media hora dando vueltas!

Sí, ya sé lo que estáis pensando... debería bajar un poco de las nubes y no imaginar tanto. Eso es lo que yo he sentido en ese momento, muerta de la vergüenza por mi tonta persecución. Pero en ese preciso instante, ha salido del café Martinho da Arcada su cliente más habitual. Y me ha saludado con su sombrero y una leve sonrisa. Claro que yo le he tenido que contestar: ¡Buenos días, señor Fernando Pessoa!

jueves, febrero 23, 2006

Vistas y visiones

Hoy no he salido de casa. Tenía mucho trabajo pendiente y hacia mucho frío, demasiado para esta ciudad. La casa en la que vivo es vieja, las tablas de madera crujen con cada paso y el viento se cuela por las mil ranuras de mi ventana. Pero para compensar tengo una hermosa vista; la ciudad que se extiende bajo mis ojos y el río, ya lejano aunque siempre presente. A la izquierda se dibuja la silueta del castillo de San Jorge, encaramado en su colina; a la derecha el río serpentea dulce y amante, dorado en la tarde o como si fuera un espejo de plata iluminado por la primera luz. Y los amigos que conocen mi apartamento y me escuchen decir esto pensarán que he enloquecido. Ellos no saben que con sólo cerrar los ojos Lisboa se dibuja ante mí, y entonces los tejados y los edificios que la ocultan desaparecen. Cuando yo no voy a la ciudad, ella encuentra siempre una forma de llegar hasta mí.

miércoles, febrero 22, 2006

Los primeros pasos

Venía en el metro pensando en las primeras palabras para inaugurar este nuevo espacio. Venía pensando en la ciudad, si debería hablar de mi lugar favorito, del primer rincón que visité o de aquellos que me sirven de refugio. Sentada en el metro, mientras esperaba mi parada, observaba a las personas: la señora de los ojos claros, el niño de las manos oscuras, la chica de la falda rosa o aquella otra llena de pulseras negras. Al final el metro es un reflejo de la realidad, de la ciudad que discurre sobre él, una imagen quizás aún mucho más real.

Porque las ciudades no son sólo las piedras de sus calles, los monumentos que primero encontramos en los mapas y después fotografiamos. No son las placas de los nombres de las calles ni las estatuas inmóviles en los jardines. Son sobre todo la ropa extendida en los balcones, las voces, el murmullo de las palomas, los pasos del cartero...

La primera vez que vi Lisboa me pareció haber encontrado la ciudad en la que se puede ser cualquier cosa, en la que todas las ventanas están abiertas y todas dan al río. Me gustaba subir hasta el mirador de Sta. Lucia y desde allí observar las antenas de televisión sobre los tejados de Alfama. Me quedaba callada, quieta, mirando el río como si estuviera en la proa de un barco y en ese momento llegaba la libertad, o por lo menos el sentimiento de creerme libre. La ciudad me parecía entonces, como ahora, el comienzo de todo, el lugar desde dónde se puede empezar de nuevo, como si fuese apenas uno de tantos puertos dentro de un largo viaje. Es bueno saber que en cualquier momento podemos volver a partir.

Cuando vivía en Alfama subía hasta el mirador para leer. Casi nunca lo conseguía, me refiero a leer, porque me distraía con las personas que pasaban, con los turistas perdidos, con los enamorados que se besaban en la tarde. Pero es que en el fondo lo de leer era una excusa, iba allí para ver la ciudad, para vivir la ciudad... aunque ahora sé que en realidad es la ciudad la que vive dentro de nosotros...


Fotografía: Miradouro de Sta. Luzia

Bienvenidos/as


Fotografía de David Andrade